Monday, February 27, 2006

VIVIR PARA SERVIR AL DESPROTEGIDO.

"MI VOCACIÓN ES VIVIR PARA LOS DEMÁS"

En Calcuta, India, la Madre Teresa nos da una definición de la caridad: "Es ayudarnos los unos a los otros. Ya Cristo lo dijo: Lo que hagas con el último de tus hermanos lo estás haciendo conmigo. Esa es la caridad. Así, cuando él llegue a nosotros, podrá decirnos: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis, estuve desnudo y me cubristeis, enfermé y me visitasteis. De cierto os digo que cuanto hicisteis por mis hermanos más pequeños lo hicisteis por mi. Es necesario creer en su palabra para poder reconocer su mensaje y su manifestación a través de los demás. Debemos tener el corazón puro para ver a Dios en los pobres, en la gente que sufre. Y debemos enseñar a la gente que no sabe hacerlo. El error de muchos es buscar la luz en la oscuridad. Debemos aprender a buscar la luz donde está la luz".

El viajero que viene de Oriente entra en India por Calcuta, en otro tiempo conocida como Ciudad de los Palacios a causa de sus lujosas construcciones enclavadas en pretensiosos jardines hechos en terrenos ganados a la selva y a los pantanos en 1690. Rudyard Kipling, el célebre autor de "El libro de la selva" la llamó Ciudad de la noche espantosa "erigida por el azar y por el azar gobernada". Thomas Macaulay, que escribió "Historias de Inglaterra", habla de Calcuta como de "una ciudad en la que únicamente los insectos y los empresarios de pompas fúnebres parecen disfrutar del clima". Jawaharlal Nehru la llamó "ciudad de pesadilla". Otros se refieren a Kalikata -hoy Calcuta- en términos aún peores. Sin embargo, en la memoria histórica de la humanidad Calcuta está ubicada como uno de los focos espirituales del planeta, ¿por qué se la considera como una de las ciudades más gloriosas que ha tenido el pensamiento filosófico?. No lo sabemos, pero es cierto que nadie que vaya a Calcuta vuelve igual. Uno se hace mejor.

Cuando se llega a Calcuta, uno siente que entra a un santuario construido en tierra firme milagrosamente conservada en medio de un pantano, como cuando en el siglo XVII se edificó la ciudad sobre ellos, por eso cada época del año acarrea una nueva plaga para la cual hay que inventar un nombre, porque ya es demasiado común hablar de "tipos" de malaria, de cólera, viruela, ceguera o lepra...hay cientos de enfermedades que no han sido científicamente diagnosticadas, y pasarán varios años antes de que los pocos médicos que hay de la Organización Mundial de la Salud puedan hacer algo, porque los pocos medios con que cuentan en general los servicios médicos hindúes, deben servir para cubrir en mínima parte la adquisición de alimentos y medicamentos, que es el problema más apremiante.

- "Prepárate para sufrir un schok cultural", fue lo primero que me dijo mi anfitrión en la ciudad: Robert MacNamara, corresponsal de una agencia internacional de prensa agregado en Calcuta, su ciudad natal. De madre hindú y padre estadunidense, Robert -aunque estudió en Nueva York- ha vivido siempre en Calcuta, y como toda la gente que ha nacido y vive allí mira a la ciudad con una extraordinaria ternura. A la vez con encontrados sentimientos de impotencia ante la alarmante realidad de pobreza del pueblo que se hermana con los más verdes campos que se pueda encontrar, con gente honrada a toda prueba. Porque si es cierto que Calcuta ha cedido su posición económica en beneficio de Bombay y su relevancia política a Nueva Delhi, sigue siendo el centro cultural de toda India. Porque si bien muchos dicen que esta es una ciudad a la que es mejor evitar, sigue reinando allí un espíritu de luz y de increíble sabiduría que toda su pobreza no puede ocultar.

La familia de mi anfitrión está directamente emparentada con los Thakur, a los que pertenecía el poeta Rabindranath Tagore ("Tagore" es una occidentalización de "Thakur", apellido que en idioma sánscrito significa "hombre noble", "amo", "señor"). Ya en casa de ellos me recibe con absoluta cordialidad el más anciano del núcleo familiar, Dhum Thakur, piadoso adorador de Shiva, el todopoderoso consorte de la diosa Kali. El noble anciano me dio la bienvenida hablando con los sonidos dulces y cadenciosos del sánscrito, sin que le inquietara en lo más mínimo el que yo no le entendiera. Dos meses después, cuando dejé su hogar y me despedí de Calcuta, puedo decir que, si acaso por mimetismo, entendía perfectamente al sumo Dhum Thakur. Por él oí hablar de Rama-Krishna, Swami Vivekananda, Sri Aurobindo y Sam Mohan Roy, y por su intercesión fui recibido por la Madre Teresa.

En una de las principales arterias de la ciudad, la Lower Circular Road, muy cerca de una mezquita y prácticamente debajo de las agujas gemelas de la iglesia protestante de St. James, se halla la casa-madre de las Misioneras de la Caridad. De una modesta puerta negra cuelga un letrero en que se lee: "Mother M. Teresa MC". El timbre es una sonora campana de llamada metálica, ante la que apareció una de las joviales hermanas de la Caridad, la que sonrió sin vacilar cuando Robert le dijo que éramos dos más de los necesitados que acudían por ayuda, haciendo referencia a la multitud de indigentes que había en la calle junto a la misión esperando ayuda. Nos hicieron pasar a un diminuto patio y nos comunicaron que ella estaría con nosotros en un instante.

Donde esperamos hay sólo una mesa y varias sillas. En una pared se ve la figura en bulto de Cristo en la cruz; en las otras paredes, dispersos, se ven tres cuadros colgados. En uno de ellos se exponen los votos que hacen quienes entran a la Orden: pobreza, castidad, obediencia y caridad. Otro cuadro está ilustrado con fotografías que muestran la labor que realizan entre los más pobres de los pobres; se ven misioneras rodeadas de indigentes, en los hogares para huérfanos y moribundos, en las escuelas, entre los leprosos y en los dispensarios móviles. Se leen algunas oraciones de la Madre Teresa:

"Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros prójimos de todo el mundo que viven y mueren en la pobreza y el hambre. Dales hoy, por medio de nuestras manos, su pan de cada día y, mediante nuestra comprensión, dales también el amor, la paz y la alegría".

Otro dice:

"Que cada hermana vea a Jesucristo en la persona del pobre; cuanto más repugnante sea el trabajo de una persona, mayor deberá ser también su fe, su amor y su alegre dedicación en el servicio de nuestro Señor que se presenta bajo ese doloroso disfraz".

El tercer cuadro explica en términos generales la estructura de la Orden, fundada oficialmente en 1950, y que "intenta mitigar la sed de Cristo en la cruz por amor a las almas mediante la observancia, por parte de su misión, de los cuatro votos que se ha impuesto".

Mis dos encuentros anteriores con la Madre Teresa habían sido absolutamente fortuitos: la primera vez la vi en la calle Hamburgo de la zona rosa en la Ciudad de México; en 1975 ella había asistido como miembro de la delegación de la Santa Sede a la Conferencia del Año Internacional de la Mujer que se celebraba en México, y se movilizaba en la ciudad como cualquier otra persona, acompañada sí de un grupo de hermanas de su Orden que no dejaban de reírse y de hacer comentarios que la Madre apoyaba alegremente. La segunda vez fue diferente: en 1979 la vi en el aeropuerto de la ciudad de Guatemala y por todas partes había periodistas y cámaras de televisión que la esperaban en una de sus visitas a Centroamérica; ya había ganado el Premio Nobel de la Paz y era una figura mundial. Esta vez era distinto: me enfrentaría personalmente a esa luz que había visto en la multitud...

En el hogar de la Madre Teresa, en Calcuta, la puerta que daba al patio interior estaba abierta y podíamos ver a las hermanas envueltas en sus blancos saris trabajando afanosamente en organizar el lugar para, como cada día, repartir comida entre el grupo interminable de personas que esperaban afuera. Llamó nuestra atención que a pesar de la enorme actividad reinaba allí un gran silencio, del que brotó la Madre Teresa. Me pareció mucho más pequeña que la estatura que yo de ella creí percibir: su limpia tez rosada está plagada de infinitas arrugas de profundidad poco común que siempre a uno le llevan a sus ojos azules. Muy dinámica, fuerte y decidida en sus movimientos, lo que primero nos impacta es su mirada. Una mirada que a uno lo deja indefenso, transparente. Creo que cada persona que se acerque a ella, debe sentir lo mismo, porque a uno lo traspasaba con la vista.
-"Siento haberme retrasado, pero aquí siempre tenemos mucho qué hacer", nos dice al tiempo que nos invita a sentarnos. Allí conversamos con ella. Luego la acompañamos unas horas en su visita habitual a quienes protege, allí una fracción mínima de los más desposeídos del mundo, que han encontrado en ella su ángel de la guarda.
© Waldemar Verdugo Fuentes.